El término género se utiliza para
diferenciar a los hombres de las mujeres: género masculino y género femenino. Para resaltar aquello en lo que somos diferentes.
Cuando hablamos de género
hablamos de un aspecto físico diferente producido por una combinación de genes
XY, los hombres, XX las mujeres. Hablamos de una mayor cantidad de unas hormonas en los hombres y una mayor cantidad de otras hormonas en las mujeres. También de unos más altos y de otras más
bajas, de unos con mayor fuerza física y ellas con menor fuerza física y
algunas otras funciones diferentes como la maternidad. En esto nos
diferenciamos los dos géneros.
Pero la palabra género deja de
tener sentido y queda totalmente borrada cuando hablamos de inteligencia, de
aptitudes, de actitudes, de sentimientos, de emociones, de capacidad de amar, de
necesidad de ser queridos. Cuando hablamos de dolor, de sufrimiento y, desde
luego, cuando hablamos de la forma de nacer y de morir. En este otro mundo no existe
el género, no hay diferencias entre hombres y mujeres.
Todos necesitamos de los otros,
tener figuras de apego cerca y siempre, a lo largo de la vida. Necesitamos ser
queridos, valorados, estar integrados con los demás, saber que cuando se
necesita ayuda hay alguien dispuesto a dárnosla. Pero también necesitamos dar a
los otros, estar dispuestos a ayudar a los demás, a proteger, a ser útiles
dando lo mejor de uno mismo.
¿Dónde están aquí en este mundo
de sentimientos y emociones las diferencias de género?.
Sería bueno asociar la palabra
género a lo que nos une y no a lo que nos separa, para hablar de lo que
necesita cada persona (sin género), para unir y no separar, para construir
mejor que deconstruir, para sumar mejor que restar… en otras palabras para buscar
el bienestar y la felicidad y ver que solo hay un género, el género humano, cuando se trata de los sentimientos, las emociones, el dolor,
el amor, la búsqueda del bienestar físico y psicológico… y que lo demás es pura forma.
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