Hoy estamos viviendo un momento
social del culto a la libertad. A diario escuchamos reivindicar la libertad a
poder expresarnos, a poder decidir y a poder actuar libremente, sobre todo
aquello que concierne a nuestras vidas. Está demás decir, que no se puede tener
libertad en todo, porque es necesario tener presente que la libertad de uno se
termina donde empieza la libertad del otro y siempre habrá límites que se tienen
que aceptar para poder convivir. Pero sí se debería respetar la libertad en
aquellos aspectos de la vida de cada uno, si no se perjudica a nadie con ello, para
hacer las cosas que son buenas para cada persona. Y aquí también hay que
incluir a los niños.
Porque reflexionando sobre esta lucha
por la libertad yo me pregunto ¿cómo se concilia este deseo y exigencia de
libertad de las personas, con actos como prohibir a los hijos que se relacionen
con su padre y con su madre, cuando sus padres están separados, saltándose el
respeto y las necesidades de los niños? ¿Por qué no se hace extensible esta
defensa de la libertad a los hijos, cuando es una relación buena, necesaria y
además es un derecho?.
¿Por qué algunos progenitores no permiten
a los hijos tener esa libertad para ver y hablar con su padre o su madre cuando
lo necesitan o lo desean?.
¿Por qué a los niños se les
usurpa la libertad de relacionarse con ambos padres, algo que no hace daño a
nadie y, al contrario, sí les daña a ellos?.
¿Estamos utilizando diferentes
varas de medir para los adultos y para los niños?. Pongámonos en el lugar de
los niños y reflexionemos sobre qué estarían haciendo con nuestra libertad, por
no decir también, con nuestros sentimientos, emociones, derechos, y con nuestra
vida, si nos prohibieran ver o hablar con alguno de nuestros padres, sin más,
porque sí.
Querer bien a los niños es hacer
aquello que es bueno para ellos
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